El Fin Del Mundo Del Fin

Después de días de asombro de lo que se puede hacer con la enviciante "net", por fin creé este espacio terapéutico y disciplinario. Terapéutico, para hacer catarsis y exorcizar demonios (como algunos {demonios} bien saben); disciplinario, pues como dice el señor Arturo Covacha sirve para coger el ritmo y propósito de siempre estar escribiendo; y espacio.... porque sí.

Wednesday, October 25, 2006

El blanco no tiene tumbao'



(Me ausenté por un tiempo de este espacio. De este compromiso. Pero regreso con artículo que va pa mi pasquín, pero como no todos lo verán, lo cuelgo acá pues me gustó mucho. Un testimonio de la vida real.)

Que le daba con toda confianza al “Cutibilipacha”, a la “Bilirrubina”, al “y me pregunto qué será, qué será”, no había duda. Era simple. Vuelta, vuelta, paso al frente, paso atrás, vuelta otra vez, y la pareja femenina de turno comía cuento. El problema venía cuando entraba el gran Joe con “en los años 1600, TuTuTu, esclavos de un español” o los Tesos de Fruko, “en el mundo en que yo vivo, siempre hay cuatro esquinas” o los amigos de Guayacán con “si huele a caña, tabaco y brea…”. Ahí si venía la despedida, el lugar de la excusa barata, el momento de decir “paremos un rato y vamos a tomar agüita”, porque ni modo de decir que no sabía bailar ‘salsa’, el gran ‘coco’ de la miniteca adolescente.

Pero la dama, hinchada de sangre latina, se quedaba en la pista y decía, a modo de cachetada invisible: “No. Ve tu que yo me quedo bailando con Vero”. ‘Vero’, su gran amiga, practicaba el pie-derecho-pie-izquierdo con ella (mi pareja) entre semana, mientras yo me preocupaba por los problemas de mi amigo árabe Baldor. Mientras yo aprendía a despejar la ‘x’, ella, mi pareja, bailaba con Vero en matemáticas, ciencias y descansaban en recreo. Ahí estaba la pareja de niñas que no mataban moscas pero sí se movían como si estuvieran en concurso de baile en Feria de Cali, y yo parado, mirando, esperando con ansias el regreso de la tanda de merengue.

Ese era el mal menor en últimas, pues el verdadero Apocalipsis se venía cuando incapaz hacía mi retirada y llegaba a ocupar mi puesto el viejo Bryan, el caucho del colegio, galán de barrio por excelencia, que había aprendido a bailar salsa en su casa con sus hermanas mayores, vecinas, primas y repasaba viendo “El Show de las Estrellas”. Ahí si que me ‘llevara el tigre’, pues a mi pareja le entraba un Alzheimer selectivo que la hacía olvidar que yo, viejo zorro, la había invitado a la fiesta sacrificando cinco alcancías.

Y es que la salsa tiene su cuento. Madre de leyendas musicales como Celia Cruz, Héctor Lavoe (apodo que se ganó por aquello de “La Voz”), o Tito Puente, curiosamente no tuvo su gran boom en Latinoamérica a pesar que todos sus ingredientes sean latinos. Fue en Nueva York donde la colonia puertorriqueña potenció la mezcla de ritmos latinos que componían su música (que incluye son cubano, merengue dominicano y cumbia colombiana) y la mezcló con elementos del jazz y las orquestas de mambo de los 40’s y 50’s. Ya en la década del 40 había comenzado este ritmo, pero fue bautizado “salsa” (apartándolo del son cubano) hasta los años 60, cuando se usó para nombrar la música que venía haciendo Tito Puente.

El término fue impulsado por Jerry Masucci, quien junto al músico ‘multiusos’ Johnny Pacheco, fundaron la orquesta de Fania. Al comienzo arrancó como un pequeño sello discográfico, pero luego se convirtió en una orquesta donde cada integrante era el mejor del momento en su puesto. Puros TESOS. Así se reunieron en una sola banda, músicos (leyendas, prohombres) como Tito Puente en los timbales, Willie Colón en el trombón, Eddie Palmieri en el piano o cantantes como Héctor Lavoe, Rubén Blades o Celia Cruz, en legendarios conciertos en clubes neoyorquinos. Por ahí tengo el que hicieron en el Cheetah y otro cuando fueron a Zaire y abrieron una pelea de boxeo de Mohammed Ali.

Luego llegaron el Gran Combo con “un verano en Nueva York”, Puerto Rican Power y “porque yo quiero que tu vuelvas a mí”, y yo sin seguir sabiendo bailar. Oía al grupito de amigas decir que para ellas el moacho’ que les estuviera ‘cayendo’ perdía puntos si no sabía bailar salsa. Y yo me retiraba triste y sin tumbao’ a una esquina rogando que volvieran Kinito y Rikarena.

Claro, los tiempos han cambiado. Ya sé bailar salsa. Pero ya para qué, si ahora existe el reggaeton.