El Fin Del Mundo Del Fin

Después de días de asombro de lo que se puede hacer con la enviciante "net", por fin creé este espacio terapéutico y disciplinario. Terapéutico, para hacer catarsis y exorcizar demonios (como algunos {demonios} bien saben); disciplinario, pues como dice el señor Arturo Covacha sirve para coger el ritmo y propósito de siempre estar escribiendo; y espacio.... porque sí.

Wednesday, May 09, 2007

Las mil y una noches de Montoya


Juan Pablo Montoya se cambió a la NASCAR. Sus más acérrimos defensores y seguidores, entre los que está el incansable columnista de EL TIEMPO, José Clopatofsky, encuentran una y mil razones para el rendimiento del piloto en la nueva categoría. Que se está adaptando, que el carro no anda, que los mecánicos, que el equipo, que la pista, que el perrito que menea la cabeza encima del tablero ya no la menea como antes… mil y un razones para mil y una noches.

El problema en sí no es con Montoya, ni con Chip Ganassi, ni con Schumacher, ni con la F1 ni nada de nada. El problema es con el ‘deporte’ en sí, que da la posibilidad para exponer el eterno listado de excusas y problemas, para que las cosas no anden como el eufórico hincha espera. Cuando estábamos en las épocas de la CART, y Montoya ganaba con una mano en el timón, todos (me incluyo) nos ‘montábamos en el bus de la victoria’ y celebrábamos con Maizena y pitos. Ahora, que las cosas se complican, la triste realidad del automovilismo se desnuda: no sólo el piloto juega.

Los equipos ganadores en automovilismo son los que gozan de una gran piscina de billetes en sus instalaciones, patrocinios de tabacaleras o licoreras y jugosos contratos por publicidad Sus pilotos, muchachos que guardan la plata debajo del colchón, y manejan carros similares o mejores al Batimóvil. Los pobres equipos que cuentan con un pobre presupuesto y el patrocinio de empresas de galletas o papel higiénico, y no licoreras y tabacaleras como los grandes, tienen que conformarse con que sus pilotos terminen la carrera. Ganar un gran premio o siquiera un punto, ya es motivo para celebrar. De esta forma, aunque el piloto de equipo chico sea tan talentoso que pueda manejar un taxi o buseta durante 24 horas en cualquier calle colombiana, verá sus intenciones de consagrarse frustradas ante el recorte de presupuesto. Por no mencionar que su asiento está forrado en fique y su casco es alquilado por horas.

Personalmente prefiero deportes en los que el éxito o el fracaso dependan enteramente del talento o torpeza del jugador. Nadie nunca culpó de las eliminaciones de la selección Colombia de los anteriores mundiales a la marca de guayos, a la de la camiseta o a la de los guantes de Córdoba, Calero o Mondragón. Nunca nadie al ver a Kid Pambelé ganar trofeos de boxeo exclamó, “¡pero qué buenos guantes usa Antonio Cervantes!”. En cambio, los amantes del motor, los enfermos de la velocidad sí reprochan sin cesar que:

1- A Montoya le metieron la mano.
2- Preferían a Kimi
3- Preferían a Michael
4- Se le dañó el cigüeñal
5- El mecánico le tenía ‘bronca’
6- La pista era difícil
7- Llovió
8- No llovió
9- y múltiples razones más para llenar un libro.

Ojala el afanado público colombiano sepa entender esto, y comience a buscar victorias y alegrías en actividades más autóctonas, como el bolo criollo, el tejo o las carreras de curíes. Así, el pobre de Montoya podría correr en paz.

Labels: